20 dic. 2006

Juan Pablo II y la CIA

El ascenso de Carol Wojtyla al papado se decidió en la década de los 70 en la Casa Blanca y en los círculos monopolistas de Estados Unidos.
Con la ayuda de una profesora universitaria bien conectada, Wojtyla se había introducido en los círculos próximos al poder de Washington a través del cardenal de Filadelfia Krol y del renombrado político Zbigniew Brzezinski, ambos de ascendencia polaca.
La otra pata decisiva en la conexión de Juan Pablo II con Washington fue su secretario privado, el arzobispo polaco Stanislaw Dziwisz, también muy ligado a Brzezinski durante la administración Carter como consejero de seguridad.
Ya Papa, Juan Pablo II se entrevistó con Brzezinski en junio de 1980. Brzezinski era un personaje de los equipos de estrategia norteamericanos y estaba ligado intelectualmente a Henry Kissinger. Preconizaba una teoría para debilitar y acorralar militarmente a la Unión Soviética (tesis que siguió desarrollando tras la caída de la URSS) que sostenía que la mejor manera era la desestabilización de sus regiones fronterizas y la penetración ideológica, principalmente a través de la fe católica postergada desde la llegada del socialismo en Polonia.
En ese tablero estratégico encajaba perfectamente el ascenso de un feroz anticomunista como Wojtyla a la jefatura del Vaticano que Brzezinski y Kissinger, en alianza con el Opus Dei operaron en Washington.
Cuando poco después, en enero de 1981, Reagan asumió la presidencia de Estados Unidos, la conexión entre el Vaticano y la Casa Blanca se haría todavía más estrecha cuando el ex actor designó entre sus representantes de política exterior a católicos militantes del Opus Dei en una estrategia para aproximarse al estado mayor que controlaba la política del Vaticano.
Vernon Walters cuenta que el presidente decidió enviarlo como embajador itinerante de Washington para conseguir el apoyo del Papa al programa armamentista denominado Iniciativa de Defensa Estratégica popularmente conocido como Guerra de las Galaxias. Hablando de su misión dice Walters: Me gustaría pensar que esto tuvo algún éxito. El no criticó nuestros programas de defensa y esto era todo lo que queríamos.
Por su parte Richard Allen que fue consejero de seguridad del presidente Reagan, afirmó que la relación de éste con el Vaticano fue una de las más grandes alianzas secretas de todos los tiempos.
Reagan mantuvo a Brzezinski como asesor para Polonia, lo cual implicaba un trato directo con el papa polaco.
Reagan y el papa dosificaron hábilmente sus declaraciones y estrategias para desarmar a los soviéticos. En 1981 en plena huelga de Solidaridad y con las tropas soviéticas concentrándose en la frontera polaca (de lo cual la CIA informó al papa) el Vaticano difundió el rumor de que, si la URSS invadiera Polonia, el Papa viajaría a su país natal.
En una reunión entre Wojtyla y el embajador soviético en Roma, Moscú se comprometió a no intervenir en 6 meses si el Vaticano frenaba los preparativos insurreccionales en Polonia.
La intervención vaticana fue decisiva en el desmembramiento de la antigua Yugoslavia, esta vez de la mano de los imperialistas alemanes y provocando una guerra en los Balcanes. La guerra se inició por parte de los grupos católicos independentistas en Eslovenia y Croacia apoyados por Alemania y el Vaticano, que desataron la limpieza étnica frente a los ortodoxos serbios y los musulmanes bosnios. Con el mayor descaro luego trasladaron las responsabilidades a Milosevic y a los serbios para justificar sus propios crímenes. El Papa polaco avaló con su silencio los feroces bombardeos y la invasión a Yugoslavia, punta de lanza de la conquista de los mercados de Europa del Este, lanzada por la administración Clinton al principio de los 90.
En septiembre de 1983 el Senado estadounidense revocó el edicto que en 1867 cerró la misión diplomática en los Estados Pontificios, abriendo la vía a una nueva etapa porque como decían los imperialistas, la Santa Sede posee una gran influencia en el escenario de la diplomacia mundial. Rompiendo con la tradición política de 200 años, Estados Unidos estableció relaciones diplomáticas con el Vaticano.
Desde 1775 la norteamérica protestante celebraba anualmente el Día del Papa el 5 de noviembre durante la cual la imagen del Papa se quemaba ceremonialmente en una hoguera.
Reagan buscó, de manera abierta y encubierta a la vez forjar unos vínculos estrechos con el Papa y el Vaticano. Nombró a católicos para los puestos más importantes de la política exterior: William Casey (director de la CIA), Vernon Walters (embajador extraordinario del presidente), Alexander Haig (secretario de estado), Richard Allen y William Clark (asesores de seguridad) y a William A. Wilson como primer embajador, no ante el Estado del Vaticano, sino ante la Santa Sede. De este modo un país que había defendido siempre el principio democrático de separación iglesia estado claudicaba ante el Vaticano para defender conjuntamente sus mutuos intereses imperialistas.
El segundo embajador de Reagan, Frank Shakespeare, afirmó que entendía su función como un intercambio de información entre el Vaticano y el gobierno de su país y añadió: El conocimiento y los intereses de la Santa Sede cubren un amplio espectro, y en muchos casos sobrepasan al conocimiento y los intereses de Estados Unidos, por ejemplo, en áreas tales como las Filipinas, las Américas, Polonia, Chescoslovaquia, Europa oriental, la Unión Soviética, el Medio Oriente y Africa.
Cada viernes por la noche, el jefe del cuartel de la CIA en Roma llevaba al palacio Papal los últimos secretos obtenidos con satélites espías y las escuchas electrónicas por los agentes de campo de la CIA. Ningún otro dirigente en el extranjero tenía acceso a la información que el Papa recibía.
La diplomacia papal, centro de una burocracia vaticana muy centralizada se involucró en los más negros acontecimientos internacionales, como había hecho a lo largo de sus 500 años de sanguinaria historia de masacre, destrucción, muerte y negocio
Wojtyla, por su parte, apoyó la instalación por parte de la OTAN de nuevos misiles en Europa occidental.
Cuando la Academia de las Ciencias vaticana preparó un informe muy crítico con la Iniciativa de Defensa Estratégica de Reagan el Papa, atendiendo a los requerimientos de Vernon Walters, el entonces vicepresidente Bush y el propio Reagan, echó atrás el informe.