
En un clima diplomático tenso con EE.UU, Eva Perón envió en 1949, ayuda a los niños negros de Washington. El acto fue tachado de arrogante y generó pedidos de explicaciones. Fue en vísperas de que Harry Truman asumiera la presidencia. Las principales figuras de la política se hicieron presentes en Washington y todos se sorprendieron al recibir una comunicación de la embajada argentina que informaba sobre un evento que tendría lugar al día siguiente de los festejos oficiales. Se trataba de la entrega de ropa de invierno para 600 niños pobres residentes en los barrios bajos de la capital. La donación en nombre de Eva Perón y su Fundación de Ayuda Social había sido gestionada cuidadosamente con el reverendo Ralph Faywatters, quien presidía la Children’s Aid Society, una entidad caritativa que protegía a los niños negros de Washington. La donación consistía en ropas de abrigo y calzado, fabricadas en la Argentina y enviadas por avión, lo que sugería la situación apremiante de quienes se beneficiarían con la ayuda. La reacción del gobierno norteamericano no se hizo esperar y la embajada argentina tuvo que dar explicaciones sobre las intenciones del regalo. Entre tanto, el reverendo Faywatters había puesto en acción a otras organizaciones y un total de 27 entidades, en su mayoría de ciudadanos negros, reclamaron su porción del cargamento. La idea de que el gobierno norteamericano podía impedir que los niños pobres obtuvieran su ropa de invierno argentina produjo una rápida agitación entre miles de familias de Washington. El asunto fue tratado por la prensa internacional. France Presse describió “una situación que por momentos parecía casi enojosa, debido a la confusión producida por la inesperada noticia de la donación. “No hubo intención de demostrar que en un país rico cual es Estados Unidos, hay niños ‘’pobres’‘. Los diarios no ocultaron su perplejidad y publicaron en docenas de ciudades norteamericanas un comentario donde afirmaban que “la Fundación encabezada por la esposa del presidente argentino no hace las cosas con moneda pequeña ni tampoco peca de falsa modestia”. También trataron el episodio los semanarios de mayor circulación, como Newsweek, bajo el título “Señora bolsillos” y Time, lo encabezó “Helping hand” (Dando una mano), donde no ocultaban que la filantropía peronista transpiraba arrogancia pero había golpeado exactamente en un punto muy sensible, el de la pobreza alarmante de la mayoría negra de Washington. El reverendo Faywatters, silencioso cómplice de Evita, se hizo cargo de los regalos y retribuyó con una nota oficial donde subrayó que “entendemos ante esta evidencia su deseo (de EvaPerón) de que toda América viva y trabaje unida para bien de su pueblo y esta contribución para los niños necesitados está por encima de toda diferencia internacional de opinión política”. “Sirva de ejemplo este acto y esta ayuda que lo hacemos con todo el respeto y todo el cariño por el gran pueblo de los Estados Unidos y humildemente le hacemos llegar nuestro granito de arena” escribió con su tumultuosa caligrafía. En otro lugar afirma que “este avión argentino que pronto llegará a Estados Unidos representa a la bondad de nuestro conductor y lo que somos capaces de hacer por el desposeído, esté donde esté y se encuentre dónde se encuentre”. Pero en Washington la procesión iba por dentro y a nadie se le ocultó que detrás de la prosa protocolar rugía la furia de la mujer más poderosa de Argentina y sin duda la más famosa en el mundo de su tiempo. En los dos años siguientes la misma Fundación de Ayuda Social enviaría donaciones semejantes a más de ochenta países, entre los que se incluían naciones europeas devastadas por la guerra, pequeños principados africanos y prácticamente todos los países latinoamericanos. Sin embargo, aquella donación para los niños pobres de Washington, resultó incomparable
“Para mi (Eva) en la hora de los pueblos lo único compatible con la felicidad de los hombres será la existencia de naciones justas, soberanas y libres, como quiere la doctrina de Perón. Pero más abominable aún que los imperialistas, son los hombres de las oligarquías nacionales que se entregan vendiendo y a veces regalando por monedas o por sonrisas la felicidad de sus pueblos. Muchas veces los he oído disculparse ante mi agresividad irónica y mordaz “No podemos hacer nada”, decían. Los he oído muchas veces, en todos los tonos de la mentira. “No podemos hacer nada” es lo que dicen todos los gobiernos cobardes de las naciones sometidas. No lo dicen por convencimiento sino por conveniencias”.
En una sociedad dividida profundamente, tuvo apoyos incondicionales y animadversiones insuperables. Ningún “cabecitanegra”, sus hijos y nietos olvidarán jamás las máquinas de coser, los colchones, las dentaduras, los zapatos, los juguetes, las casas, el trabajo, las campañas de salud pública, las colonias de vacaciones, los torneos infantiles, la protección y la defensa de los sectores postergados que quedaron asociados a su incesante batallar.