5 ene. 2007

CARTA A UN NIÑO DE LA GUERRA COLOMBIANA

Te vi en Internet. Lo único que sé de ti, es que te llamas Lucio. Así, sin apellido. Que eres colombiano y que te encontraron un día velando el cuerpo sin vida de tu mamá.
Tu mirada todavía no tiene descanso.
Tu mirada está escondida tras el terror, tras la locura de los mayores.
Tus ojos que no miran porque están distantes, se mantienen enmarcados en una cicatriz que sólo Dios sabe cómo te la hiciste, porque tú no quieres hablar.
Por tus mejillas parece que nunca corrieron lágrimas, porque no abrieron paso en la suciedad de tu rostro.
Podías haber sido un niño travieso, pero eres un reflejo de lo que se respira a tu alrededor.
¿Qué sabes tú de la guerra?
A la distancia, aunque nunca me leas, sólo puedo explicarte, que eres una víctima del Plan Colombia, una consecuencia más del proyecto de dominación, que unos terroristas con credenciales de globalización han llevado a tu país.
Ellos llegaron para que la lucha social y popular no pueda desarrollarse.
Estos criminales fueron a tu tierra, con la excusa, la embustera excusa de combatir el narcotráfico.
Los invasores llegaron a tu país, con la intención de convertirlo en un nuevo Vietnam.
Quizá tú y tu familia, tuvieron que huir al escuchar el ruido de los helicópteros, de la metralleta que asesina campesinos, del fuego que destruye las casas o de las detenciones y torturas bajo la acusación de colaborar con la guerrilla.
No sé de dónde eres, si de Cundinamarca, de Santander o de las selvas de Mandé.
Sólo sé que tienes cuerpo de niño.
Tu mente no sé dónde está.
Si pudiera hablarte trataría de explicarte, por qué los mayores son así.
Aunque creo que cualquier explicación que pudiera darte, no serviría de nada. Además, los que han hecho de ti lo que ahora eres, los que mataron a tu mamá, con balas o de hambre, a ellos no les importas nada.
Su único objetivo es disponer de sofisticados equipos, información satelital, rastrear comunicaciones desde sus bases militares, habilitar pistas aéreas,
y bloquear económicamente a las regiones para motivar el desplazamiento forzoso de la población.
Muchos de los que viven en este lado del Arauca, en Venezuela, no saben o no quieren saber, que esta guerra está tan cerca.
A veces pareciera que las guerras de este tipo sólo ocurren en Irak.
Eso también quiero decirte: que tú no eres el único niño que sufre las atrocidades de estos genocidas.
No es sólo en tu país.
Miles de niños en otras partes del mundo, fueron condenados a morir por las bombas.
Me gustaría abrazarte y hacerte comprender que a los que te dejaron así, vuelvo y te repito, no les importas un bledo, porque en sus frías estadísticas no existe un apartado para el sentimiento, porque según ellos el que se vuelve sensible se convierte en perdedor.
Tu mirada perdida, o lo que hay detrás de ella, es a pesar de todo, mucho más fuerte que los discursos fríos y estudiados de ellos.
Ellos, los que organizaron el Plan Colombia, fabrican guerras, pero las imágenes que surgen de sus guerras, como en este caso tú, se vuelven contra ellos mismos.
Fabrican muerte, pero en medio de su muerte, surgen seres que gritan por la paz, por la justicia.
Seguro que si pudiera hablar contigo, no entenderías nada de lo que digo, porque es muy difícil hablarle a un niño víctima de la guerra y no poder gritarle a quienes la provocaron.
Tú ya no eres un niño normal y nunca lo serás.
Cambiaste los juguetes que nunca has tenido, por una lata de pega.
Para mí, lo más duro, es que no sé nada de ti.
No sé si seguirás viviendo.
Sólo me queda tu mirada perdida como la de cualquier niño de una guerra, que sufre y que muere sin saber por qué.
Los que hicieron de ti, lo que ahora veo, inventan toda clase de leyes para su propia protección personal, pero nunca hacen leyes que excluyan a los niños de la guerra y del hambre.
No sé si vivirás, pero si mueres, quiero que sepas que existe un lugar donde los niños son los primeros en entrar... y los mayores se deben volver como niños para poderlo hacer.
Quizá algún día nos veamos por allí.
Tal vez tú y los demás niños que sufren las consecuencias de la locura de los mayores, puedan ponerse de acuerdo en ese otro mundo, para dar la visa de entrada o expulsarlos de allí.
Sería una estupenda lección de justicia.
Mientras tanto, si logras sobrevivir, a tu paso volverás a ver muchas veces sangre y dolor.
Te encontraron solito, velando a tu mamá envuelta en una ruana y tendida en el suelo.
Seguramente ella te dio mucho amor.
Quizá no te pudo dar nunca una buena escuela, ni un par de zapatos nuevos, pero amor sí.
El amor Lucio, es la única gota de luz en medio de toda la oscuridad.
El amor, es la esperanza de la humanidad y nunca podrá ser destruido por el odio de los hombres.
Desde mi rincón, cómodamente sentada, te escribo.
Yo estoy lejos del ruido de las balas y del llanto de los heridos.
Casi me parece que no tengo derecho a hacerlo, pero quiero hacerlo, porque escribir es lo mejor que sé hacer.
Escribiendo desde mi país, que está al lado del tuyo, hermano del tuyo, donde también se lucha pero con una guerra diferente, es como yo siento que puedo ayudar a otros niños – yo, que no he tenido aún mis propios hijos – Escribiendo, intento decir cosas que puedan devolver sonrisas y brillos a las miradas.
Desde mi patria, que también es la tuya, como es mía Colombia, desde la tierra del Libertador, sólo te prometo no parar de luchar.
Lucharé con mis escritos para que haya justicia y para que el mundo tenga niños, que contagien alegría a los mayores que se han vuelto locos.
Desde la Patria de Bolívar, me quedo con tu mirada.
Quédate tú con mi amor.
Martha