3 mar. 2007

¿POR QUÉ NO SE PUEDE HABLAR DEL HOLOCAUSTO?



(Ver ICR 15 pág. 11)
La negación del genocidio judío y hasta cualquier minimización del mismo, es delito castigado con penas de cárcel en varios países europeos. Si alguien dice públicamente que sólo afectó a un millón en vez de a seis millones de judíos, puede ser juzgado y condenado.


Francois Duprat. Asesinado por distribuir la versión en francés de "¿Murieron Realmente Seis Millones?"
Ditlieb Felderer. Acusado, juzgado, condenado y encarcelado en Suecia. Desprestigiado por la prensa. Forzado a vivir en el exilio. Al parecer, Felderer tomó más de 30.000 fotografías de cada detalle imaginable en aquellos campos; descubrió que había una piscina de natación para los internos de Auschwitz, y las instalaciones incluían un moderno hospital con una sección ginecológica, así como una orquesta, un teatro para presentaciones en vivo, una biblioteca bien surtida y clases de escultura. Descubrió las partituras del "Vals de Auschwitz" en los archivos secretos, accesibles sólo con un permiso especial.
David Irving. Condenado, encarcelado, multado, deportado y expulsado de numerosos países y perseguido mundialmente. Tiene prohibida la entrada a Canadá, Australia, Italia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. Está preso porque en Austria, adonde fue a dictar un par de conferencias, es un delito que merece la cárcel el dudar del Holocausto judío.

Que los nazis fueron criminales antijudíos, que hubo leyes antisemitas en el Tercer Reich, persecución de cientos de miles de judíos y exterminio de un número no determinado de ellos en campos de concentración no merece discusión alguna.
Pero no son esas cosas las que Irving y los revisionistas han puesto en cuestión.
Lo que el revisionismo-negacionismo pone a debate es, en resumen, la magnitud del evento, las características sistemáticas del mismo y la verosimilitud de muchos de los testimonios que han servido a lo largo de estos años para crear, desde la fábrica de Hollywood y Steven Spielberg, esa tragedia que Israel parece reclamar sólo para sí.
"Somos el único pueblo que ha perdido seis millones de su gente en una masacre" -dice el judaísmo internacional-.
"Ni es la única masacre mundial de la que debamos arrepentirnos como humanos ni fueron seis millones los muertos" -dicen los revisionistas, tanto neo nazis como no-nazis, de izquierda.
Decir seis millones es algo tan discutible como el redondeo mismo de la fúnebre facilidad de esa cifra.
¿De dónde sale? ¿Qué censos la nutren? ¿Cuántos documentos alemanes de bajas se corresponden con un cálculo tan trágico? ¿Qué sumas y restas la facilitaron? Y lo que es más importante, ¿Por qué es relevante? ¿Y por qué no habría de serlo? ¿No es la historia un relato sobrio y lo más preciso posible de lo que sucedió? ¿Por qué es importante saber con precisión aritmética a cuántos fusiló el franquismo triunfante en los tres primeros años de la posguerra española y no debe de serlo saber a cuántos judíos mató la soldadesca de Hitler?
Si alguien formula esas preguntas u otras parecidas, en España, Eslovaquia, República Checa, Lituania, Polonia, Alemania, Francia, Canadá, Austria, Bélgica, Rumania o Israel, pues puede ir a la cárcel. En esos países dudar de la magnitud del Holocausto -no negarlo, dudar de su gran propaganda, está contemplado como delito en el Código Penal.
En esos países, uno puede decir que los negros merecieron la esclavitud, o que los incas no fueron exterminados sino tan sólo diezmados por las epidemias, excepto poner en tela de juicio el tamaño del Holocausto. Por esa razón se puede ir preso.
¿Y el artículo 19 de la Declaración 217 de la ONU, llamada la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que establece el derecho irrestricto y jamás perseguible de la opinión propia? ¿Y la libertad de expresión, implícita en cuanta ley occidental sobre derechos civiles se ha formulado?
¿Y eso por qué no lo sabe la gente?
¿Por qué una verdad histórica puede ser tan débil o vulnerable como para impedir su debate con la amenaza de las rejas?
¿Por qué el tribunal de Nuremberg, que juzgaba los evidentes crímenes de guerra del nazismo, no realizó un peritaje aproximativo respecto del número de víctimas?
¿Por qué no se exhibieron los documentos que los escrupulosos criminales de guerra nazis debieron escribir, dando cuenta de cada asesinato de judíos en los campos de concentración? ¿O es que tales documentos no existieron por temor a la derrota o a la posteridad? Y si no existieron, ¿de dónde parte la base documental para el espantoso cálculo de los seis millones?
¿Por qué el Comité Internacional de la Cruz Roja protestó, en 1944, en contra de “la guerra aérea” de los aliados, que había matado a miles de prisioneros en campos de detención considerados como blancos colaterales inevitables y no lo hizo en relación a lo que ya debía de ser evidente, es decir el carácter varias veces millonario de la matanza nazi de judíos?
Son preguntas legítimas que no quieren negarle nada a quienes sufrieron la persecución antisemita del nazismo. Sólo aspiran a una historia de mejores perfiles académicos.